La amenaza de los peatones borrachos

13/12/2017

Tiempo de lectura: 3 minutos

“Asegúrese de que le han visto. A continuación, camine, pero no corra. Mantenga la vigilancia en todo momento”. ¿Instrucciones para los visitantes de una reserva de tigres feroces? No, un resumen de las recomendaciones de la Dirección General de Tráfico a los peatones. Las bestias salvajes a no perder nunca de vista son los automóviles, o mejor dicho los automóviles con un conductor dentro. Un informe reciente del RACE examinó cientos de miles de datos de velocidad de vehículos en tres ciudades –Málaga, Madrid y Valencia– y concluyó que al menos la mitad de los conductores no respetaban los límites urbanos de velocidad, establecidos en 50 km/h.

Según la DGT, en 2016 murieron 118 peatones atropellados, una ligera subida comparada con los 113 muertos el año anterior. La mayoría de los atropellos se dan en áreas urbanas, y la mayoría de las víctimas son niños o ancianos. En Barcelona, de los 16 muertos por atropello en 2016, 1o tenían más de 70 años. Muchos accidentes de este tipo ocurren en zonas con visibilidad reducida y mal iluminadas. Estas cifras no incluyen los miles de heridos leves o graves por atropello. Se trata de un tipo de violencia vial insidiosa, pues oficialmente, al menos en un tercio de los casos, es el peatón el que tiene la culpa. Y hay más.

Hace unos años se reveló un nuevo peligro que amenaza a los sufridos conductores de automóviles: los peatones borrachos. En efecto, según la Memoria del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, de los 187 peatones que murieron atropellados y fueron analizados el año 2007, el 33% dio positivo en alcohol (22%), drogas ilegales (5,3%) y psicofármacos (11,2%). En 2013 causó cierta polémica la noticia de que la ley permitía realizar controles de alcohol y drogas a los peatones, y sancionar a los que superen los niveles legales. Luego se dio marcha atrás a una idea tan disparatada.  Podríamos decir exagerando mucho que los peatones drogados embisten a los coches, causándoles daños diversos, aunque también es verdad que ellos suelen llevar la peor parte en la pelea.

La solución a este problema no es establecer controles de alcoholemia a las salidas de bares y discotecas, donde los peatones que den positivo en drogas legales e ilegales puedan ser inmovilizados hasta que se les pase la curda. Hay otra solución más sencilla: reducir la velocidad de los coches en la ciudad. Actualmente el máximo está establecido en unos 14 metros por segundo. La velocidad mínima exigida a los peatones en los semáforos es de 1 metro por segundo, lo que obliga a ancianos, impedidos y portadores de carritos de niños a recorrer los últimos metros en un angustioso sprint.

Para reducir la velocidad de los coches lo mejor es mezclarlos con los peatones en el mismo espacio público. Una vez peatonalizadas la mayor cantidad posible de calles, algunas vías se pueden dejar para uso compartido entre coches y peatones, en condiciones de igualdad. La experiencia muestra que, al igual que los caballos evitan pisar a las personas, los coches se detienen cuando no tienen más remedio, es decir, cuando ven a un peatón delante de su parachoques, aunque no lo hagan –e incluso aceleren– cuando llegan a un paso de cebra lleno de personas esperando a que el primer coche compasivo se detenga para poder pasar.

Modificado de un post publicado en el blog “Sostenibilidad en el mundo real” el 7 de octubre de 2009.

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