Eco-historias cotidianas: el lavavajillas

15/04/2020

Tiempo de lectura: 6 minutos

Desde hace miles de años, nos hemos acostumbrado a comer en recipientes y a usarlos para almacenar distintos tipos de bebida y comida. Sin embargo, después de su uso requieren de una limpieza, por lo que veremos cómo se hacía antiguamente y cómo se hace a día de hoy.

La historia del lavado de los platos se remonta a la aparición de las primeras vajillas. Hace más de 4.000 años que aparecieron las primeras vajillas campaniformes en Europa. Estas vajillas estaban constituidas en su práctica totalidad por vasijas de cerámica. Estaban reservadas para la élite del momento, convirtiéndose en una moda durante las ceremonias sociales. Durante la edad de bronce, empezaron a fabricarse vajillas metálicas incluyendo una mayor variedad de tamaños, formas y materiales (la mayoría eran de bronce, aunque también usaban oro y plata e incluso algunas con incrustaciones de piedras preciosas). Con el transcurso de los siglos aparecieron distintos tipos de vajillas, pasando por las de vidrio y porcelana hasta las que conocemos a día de hoy. Pero, ¿qué técnicas utilizaban para lavarlas? Fundamentalmente, se usaba el agua como principal ayudante en la limpieza, pero en función de las distintas culturas y épocas se utilizaba una técnica u otra. Se usaban una gran variedad de elementos distintos, como por ejemplo: elementos abrasivos mezclados con agua (arena o una cola de caballo), estropajos de esparto, agua caliente, cenizas procedentes de determinadas plantas, jabones rudimentarios que ya empleaban los egipcios, etc.

Métodos había muchos, pero no fue hasta finales del siglo XIX que llegó un aparato que revolucionaría la forma de limpiar los platos, el lavavajillas. Este electrodoméstico ya fue inventado con anterioridad, aunque no tuvo mucho éxito debido a la complejidad de su instalación. Sin embargo, Josephine Cochrane, cansada de que sus preciadas vajillas se estropeasen debido a la multitud de eventos sociales que tenían lugar en su casa, consiguió inventar y dar salida en el mercado a este popular aparato. Para llevarlo a cabo, diseñó unos compartimentos a medida en donde se pudiesen poner los platos y demás utensilios de cocina. Este compartimento se introducía dentro de una rueda horizontal, y esta a su vez dentro de una caldera de cobre por donde salía agua jabonosa a presión. El motor eléctrico hacía girar la rueda dentro de la caldera que, junto al sistema de agua a presión, era capaz de quitar la suciedad de manera efectiva. En un principio, debido a su tamaño y a la falta de electricidad en muchos de los domicilios, sus compradores eran principalmente hoteles y grandes restaurantes. Ya en el siglo XX, debido a un auge en la economía y ciertas mejoras técnicas en el lavaplatos, se popularizó del todo y se extendió al uso particular. Todo ello, ha ido generando sucesivos avances hasta el día de hoy, como por ejemplo, detergentes más eficaces, lavaplatos más pequeños y eficientes, detergentes en cápsulas, etc.

Actualmente, la mayoría de la población cuenta con un lavavajillas en su casa para facilitar la tarea de limpieza. Sin embargo, ¿es mejor que un lavado a mano tradicional? El lavado a mano, ha sido la forma más básica, fundamental y práctica de quitar la suciedad y restos de comida de los platos y demás piezas de la vajilla (cubiertos, vasos, cuencos, etc.). Sólo se necesita un poco de agua, un elemento abrasivo para frotar (comúnmente un estropajo) y generalmente un quitagrasas (un jabón o un detergente de lavavajillas). Se trata de el mecanismo más sencillo y barato de mantener limpios nuestros platos. Su eficiencia es considerablemente relativa, puesto que depende del uso que haga la persona en cuestión que lave los platos. Si optas por este método, puedes poner en práctica unos consejos que, aunque muy conocidos y evidentes a estas alturas, no podemos dejar pasar por alto. Cierra el grifo mientras enjabonas los platos y, cuando los aclares, no dejes correr el agua a su máxima potencia. Cuando tengas ollas especialmente sucias, déjalas un rato en remojo con agua caliente, esto facilitará la tarea de lavado. Aplicando estos simples métodos se puede pasar de una media de más de 80 litros de agua diarios derivados de lavar los platos, a apenas unos 25.

Volviendo al lavavajillas, ¿es este común electrodoméstico más sostenible que fregar a mano? Depende, ya que influyen una gran cantidad de factores. El primero es el rendimiento energético del lavavajillas, poco o nada tiene que ver un lavavajillas de clase D con uno de clase A, por no hablar de uno A+++. Estos últimos, gastan una menor cantidad de electricidad y agua que aquellos de menor eficiencia energética. Cuanto mayor sea el “salto” entre una categoría y otra, mayor diferencia de ahorro habrá. El segundo factor es el uso que hagamos del lavavajillas, por ejemplo, debemos ponerlo en funcionamiento solamente cuando esté lleno y preferentemente en el modo “Eco”, si es que dispone de este. Aunque tarde más que un lavado normal, gastará una menor cantidad de agua y electricidad. Partiendo de que nuestro lavaplatos tenga una alta eficiencia energética y hagamos un buen uso de este, por lo general ahorraremos más agua que lavando a mano.

A pesar de ello, hay que tener en cuenta que hay que hacer un lavado preliminar de los platos antes de meterlos en el lavavajillas y que muchos de los cacharros no se pueden meter en este (ollas o fuentes de gran tamaño), por lo que requerirán de un lavado a mano (siendo este un consumo añadido de agua que muchas veces no se tiene en cuenta). También, el lavaplatos requiere de un mayor uso de compuestos químicos, principalmente, detergente de lavavajillas, abrillantador y sal. Además, se deben de tener en cuenta los impactos generados a lo largo de su ciclo de vida, como por ejemplo, su laborioso proceso de producción, su transporte y distribución hasta las zonas de venta, y su deposición una vez sea considerado un residuo. A esto se le debe sumar el mantenimiento que requieren, ya que con el tiempo algunas de sus piezas sufrirán un desgaste mayor y se tendrán que cambiar.

En conclusión, podemos establecer que la gran ventaja del lavaplatos es el ahorro de tiempo. Para familias en las que conviven 4 personas o más, puede ser de gran ayuda para evitar grandes acumulaciones en el fregadero y librarnos de una buena parte del tiempo de fregado. Sin embargo, teniendo en cuenta todos los impactos mencionados previamente, queda claro que, en cuanto a sostenibilidad se refiere, el lavado a mano se proclama vencedor.

Lucas Peces Coloma

Fotografía: Melissa Wilt en Pixabay.

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