Cómo llegó el plástico hasta el último rincón de nuestra casa

12/01/2024

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A mediados del siglo XIX, una escasez coyuntural de marfil de elefante en Estados Unidos impulsó a un fabricante de artículos de billar a lanzar un concurso de material sustituto. El material se llamó celuloide y se comprobó que podía funcionar como sucedáneo de varios materiales nobles, además del marfil: hueso, cuerno, carey de tortuga o incluso mármol. Artículos de tocador, dentaduras, cuellos y puños de camisa o películas cinematográficas se podían fabricar con el nuevo material, un derivado de la madera muy inflamable y casi explosivo, como indica su nombre químico (es un compuesto de nitrato de celulosa, llamado también algodón pólvora).

A partir de este prometedor comienzo, muchos materiales ersatz o sucedáneos vieron la luz, fabricados a partir de madera o derivados animales, como la caseína de la leche. Pero lo mejor estaba por llegar. En la década de 1920 Alemania era el país con más experiencia del mundo en fabricar sucedáneos (entre 1914 y 1918, Alemania vió cortado el suministro de muchas mercancías por el bloqueo aliado, y los reputados químicos alemanes consiguieron inventar muchos materiales sustitutos). En 1922, Hermann Staudinger publicó por primera vez una descripción coherente de un plástico por dentro: infinitas cadenas de macromoléculas (o polímeros), que podían tunear a voluntad para dar materiales con propiedades muy diferentes, pero casi todas de interés industrial.

El siguiente paso fue sistematizar la invención de nuevos plásticos y asociar su fabricación con la industria petrolera, en el llamado complejo petroquímico. Aquí tuvo un gran papel Wallace Carothers, jefe de investigación de la DuPont, desarrollando el nilón, “fino como la tela de araña y resistente como el acero”, un convincente sucedáneo de la seda importada de Japón. La guerra de 1939-1945 creó la actual industria de los plásticos, al comenzar la fabricación y uso masivo, además del nilón, del neopreno, poliestireno, metacrilato (plexiglás), y otros muchos.

Faltaba un paso más para inundar el mundo de plásticos: usarlos como material de envase efímero, fabricando sucedáneos del vidrio, cerámica, hojalata, madera y cartón. Eso no habría funcionado sin el extraordinario crecimiento del consumo de leche, refrescos y otros alimentos que antes funcionaban en circuito cerrado de envases retornables (generalmente de vidrio). Estos circuitos cerrados funcionaban por ejemplo entregando botellas de leche llenas y recogiendo las vacías, o bien si el consumidor mismo las entregaba en la tienda y recuperaba el dinero de la consigna.

A partir de la década de 1960, los sistemas de envases retornables fueron sustituidos por envases de usar y tirar hechos de plástico total o parcialmente (en el caso del brick). Los envases desechables de PVC (hasta 1990 aproximadamente), polietileno, polipropileno, PET, etc., proliferaron para envolver toda clase de alimentos, incluyendo el pan y las verduras, y para fabricar las bolsas de supermercado para llevarlos a casa.

La granza o los pellets, esas bolitas que aparecen por millones en las playas en cuanto te descuidas, son la materia intermedia de fabricación de muchas de las cosas que nos rodean, desde la botella de agua a la carcasa del rúter. Esta última puede durar años, pero la botella tiene una vida útil muy corta. Terminará con suerte en un sistema de reciclaje, aunque el plástico es tan variado en su composición (como vio Staudinger hace un siglo) que no es fácil de reducir de nuevo a materia prima homogénea, como sí lo es en el caso del vidrio o la hojalata.

Si no es reciclado, el plástico de la botella se quebrará por efecto de la erosión o la luz del sol, y se irá disgregando poco a poco en partículas cada vez más pequeñas, pero que conservan intactas las propiedades del polímero original. Las micropartículas de plástico están en el agua que sale del grifo, en los alimentos, en el aire y dentro de nuestros cuerpos. No se sabe muy bien cuál será su efecto combinado (tienen variada composición) y a largo plazo sobre la salud humana y de los ecosistemas. El caso es que los plásticos se han metido hasta la cocina y no se sabe muy bien cómo sacarlos de ahí. La penosa tarea de limpiar de bolitas las playas es relativamente fácil en comparación.

Jesús Alonso Millán

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