El reto de la transición energética: consumo, recursos y justicia global

20/11/2025

Tiempo de lectura: 4 minutos

La energía que producimos y consumimos es un elemento indispensable en la mayoría de nuestras vidas y es uno de los principales motores de nuestra huella ecológica. La calidad de vida depende hasta cierto punto de la energía: si falta, surge la pobreza energética; si sobra, es un consumo derrochador que no añade calidad de vida y sí más impacto ambiental. La suficiencia es clave.

Sin embargo, apostamos continuamente por la transición hacia las fuentes renovables de energía como una solución a los impactos ambientales de la cadena de valor de la energía. Pero ¿significa esto que podemos seguir consumiendo de la misma manera? La respuesta corta es: no. La verdadera pregunta no es solo con qué tipo de energía alimentamos nuestras sociedades, sino cuánta energía demandamos.

La descarbonización de nuestros sistemas energéticos, utilizando fuentes limpias es una enorme oportunidad para combatir las crisis planetarias. Pero, tristemente, el tema no es tan sencillo.

Sea fósil o renovable, la energía requiere extraer recursos del planeta. En el caso de las tecnologías renovables, como paneles solares o aerogeneradores, se necesitan metales y minerales críticos cuya extracción puede generar impactos ambientales y sociales importantes, especialmente en regiones donde la minería está asociada a conflictos o vulneraciones de derechos –generando la denominación de “minerales de sangre”.  Por ende, si nuestro consumo energético sigue creciendo, significa que más recursos están siendo extraídos de la Tierra, y a un ritmo peligrosamente rápido.

La transición energética no puede limitarse a una sustitución tecnológica; es, sobre todo, un reto ecosocial. La energía está profundamente ligada a las desigualdades globales: mientras una parte del mundo –el norte global– consume en exceso, otra –el sur global– aún carece de acceso garantizado a servicios básicos. Esta asimetría también se refleja en los impactos: la extracción de minerales críticos, el uso del suelo o los residuos asociados a las tecnologías renovables recaen, con frecuencia, sobre territorios del sur global o sobre comunidades vulnerables.

Así, hablar de transición energética justa implica reconocer que no todas las personas contribuyen ni se benefician por igual del sistema energético actual. La transformación necesaria no pasa solo por descarbonizar, sino por redistribuir, reducir y relocalizar la energía.

Entonces, se vuelve irrazonable decir que la transición energética se trata simplemente de una gran electrificación y traslado hacia las renovables. La transición energética debe tener un enfoque holístico, basado no solamente en las formas y el origen de la energía, sino también de igual manera en la reducción de la demanda energética y cambios en los hábitos de consumo, principalmente en el norte global.

¿Qué podemos cambiar?

Para repensar nuestro consumo, debemos mirar dos aspectos fundamentales: la eficiencia y la suficiencia energética. La alta eficiencia energética es la que busca hacer más con menos: mejorar tecnologías, reducir pérdidas y optimizar procesos. La mejora de la eficiencia energética puede ocurrir al sustituir un horno tradicional por uno de bajo consumo, o instalar aislamiento térmico en un edificio para mantener mejor la temperatura, requiriendo menos energía sin afectar el confort. Sin embargo, un efecto común es que esto da la idea que una persona puede consumir más ya que un aparato es más eficiente –resultando en un gasto igual o más elevado.

Por otro lado, la suficiencia o ahorro energético implica adaptar nuestros hábitos de consumo. Por ejemplo, ajustando la climatización a las necesidades reales –no hace falta ponerse una sudadera en verano por el aire acondicionado ni una camiseta de manga corta en pleno invierno por la calefacción.

Pero no basta con cambiar hábitos individuales ni tampoco es justo cargar ese peso en la conciencia. La verdadera transformación requiere también usar nuestra voz para impulsar políticas públicas y modelos económicos que apuesten por reducir el consumo y la producción material descontrolada, entre otros, favoreciendo una energía más justa, local y suficiente. La ciudadanía informada puede exigir decisiones coherentes con los límites ecológicos y con el bienestar de las personas.

Para empezar ese cambio, es importante conocer nuestro propio impacto. Nuestra encuesta de huella ecológica personal nos ayuda a ver cómo influyen nuestras decisiones cotidianas en relación a algunos de nuestros hábitos y equipamientos vinculados —uso de la energía, medios de transporte utilizados, tipo de alimentos que consumimos o tipología de la grifería de nuestra vivienda— en la presión sobre el planeta. Saber cuál es nuestra huella es el primer paso para reducirla: únete a las miles de personas que ya han estimado su huella ecológica personal… y han comenzado a reducirla. Accede a nuestra encuesta de huella ecológica e identifica acciones para reducir tu huella ecológica.

Diogo de Melo

Fotografía: Karola G – Pexels 

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