Y el «cielo» de la sostenibilidad, ¿dónde queda?

02/11/2021

Tiempo de lectura: 7 minutos

Hace unas semanas publicamos en nuestra web cómo superar la peor campaña de comunicación de la historia. Resumiendo, hablábamos sobre cómo el discurso ecologista presenta un “infierno”: nuestra descendencia va a pasarlo peor que nosotros, nos van a comer las cucarachas nucleares, tu casa de la playa se verá inundada, habrá guerras por el agua o vamos a arder todos en las llamas del infierno alimentadas con combustibles fósiles.

El otro día en la oficina decíamos: nos falta el cielo. Al final, ¿quién va a aceptar los mensajes sobre ser sostenibles cuando nos enfrentamos a mensajes tan apocalípticos? Se va a abrir el cielo y aparecerán jinetes montados en Jeeps envueltos por nubes de contaminación y lluvia ácida. Y, ¡todo por tu culpa!

Pero, ¿y el cielo? ¿No existe un lugar maravilloso que hará que nuestros esfuerzos valgan la pena? ¿No existe un escenario utópico donde lo que hemos aprendido hasta ahora nos servirá para crear una sociedad que habite lugares placenteros? Algunos creemos que sí. Así que, pongámonos a imaginar:

Para empezar resulta muy fácil –especialmente para personas que vivimos en ciudades con muchos desplazamientos en coche- empezar imaginándonos una ciudad limpia. Una ciudad donde el tráfico rodado de vehículos de combustión es minoritario. Una ciudad donde se han implementado políticas de fomento del transporte público y de la bicicleta –incluyendo políticas con enfoque de género.

Pero claro, no todo tiene que ser transporte rápido. ¿Qué sería de este paraíso si no hubiera la posibilidad de andar? Tendríamos ciudades amables para el peatón que contarían con más zonas peatonales y espacios verdes.

Descarbonizar nuestro hábitat nos llevaría a tener pulmones más sanos. Está demostrado científicamente que algunas de las partículas contaminantes agudizan los problemas respiratorios y, por supuesto, la gran losa: las muertes prematuras. Disculpadme. Lo sé, lo he hecho. Estaba escribiendo sobre el cielo y ya estoy trayendo a los jinetes del apocalipsis montados en Jeep. Lo siento. Pero lo necesitaba para hacer entender lo siguiente: imaginad que las políticas en salud se dedican a prevenir. Lo sé, sé que para muchos de nosotros esto es algo difícil de imaginar. Tan difícil que implicaría pensar que la sanidad dejaría de ser un negocio. Pero puestos a soñar, la prevención sería la prioridad en cuanto a salud en nuestra sociedad. Sería un lugar con menos dramas por enfermedades que no nos corresponden por salud y hábitos de vida.

Y, por otro lado, en el cielo de la sostenibilidad nuestra infancia vuelve a tener contacto con la naturaleza. Hemos pasado de niños y niñas jugando en la calle y cogiendo la bici para irse por el monte a niños y niñas creciendo entre asfalto, limitando su espacio de juego a pequeñas parcelas de parques sin siquiera tierra. La migración a las cada vez más grandes y mal desarrolladas urbes ha provocado un alejamiento del entendimiento de la naturaleza. En este cielo existirían más espacios destinados a acercar la naturaleza y, más utópico todavía: podrían aprender en él! ¿Os imagináis? Profesionales educando y entreteniendo a la población en el cuidado de la naturaleza.

Llegados a este punto, voy a acordarme de los negacionistas de la sostenibilidad. Se aferran a cualquier cosa. Seguro que más de uno diría que la economía se iría al garete. ¡Mentira! Para empezar, porque la “sostenibilidad” se basa en tres patas: medio ambiente, sociedad y economía. Sí, E-CO-NO-MÍ-A. Además, si pensamos en lo que ya hemos imaginado, todo requiere de profesionales: investigadores, personal sanitario, pedagogos, dinamizadores, educadores, planificadores de urbes, rehabilitadores de edificios para que sean más eficientes, personal de mantenimiento para las zonas verdes… En definitiva, quien diga que la sostenibilidad no tiene un futuro porque la economía no lo soportaría es que no se ha puesto a pensar. ¡Será por falta de oportunidades!.

De hecho, vamos a inventarnos otra profesión. Bueno, en realidad ya existe: estamos hablando de personas recolectoras. Pero esta vez, vamos a darles un giro: en vez de alimentos, recogerían basura y plásticos. Irían por la playa y por los espacios verdes limpiando el desastre que, en forma de residuos, hemos armado hasta ahora.

Y, también, pescadores. Pero no de los que van a la lonja con pescado para la alimentación. No, no. ¡Serían pescadores de plástico!

Me imagino a alguna persona pescadora de plásticos volviendo a casa: “hoy he salvado 2 tortugas, 7 peces y 1 tiburón”. Se me pone la piel de gallina. Encima de limpiar nuestro planeta, ha salvado animalitos. Vaya heroicidad. ¡Está claro que una persona así se ha ganado el cielo!

Hago un paréntesis y os confieso una cosa a título personal: una de las cosas que más rabia me da de los cambios que hemos provocado en el planeta es la cantidad de vidas marinas que hemos destruido. Yo buceo. Es de las cosas más maravillosas que me han pasado en la vida. Me imagino a Jacques Cousteau o a Sylvia Earle sumergiéndose en las profundidades de los océanos y estar rodeados de infinidad de vida nadando en torno a ellos. Lloro de emoción. Pues  me da mucha rabia que yo no pueda disfrutar de eso. No me parece justo. ¡Yo quiero vivir eso! Me encantaría viajar al pasado y poder bucear en la abundancia de los océanos de entonces. Espera, ¡no! Que estamos imaginando. A lo mejor no tengo que viajar al pasado.

Pero volviendo a la recolección y pesca de plásticos. Lo que no he dicho, es que en esa situación, también habríamos salvado árboles o animales que ven su hábitat destrozado por ejemplo, por explotaciones mineras. Porque ese plástico, sería reciclado y reutilizado reduciendo la necesidad de otras materias primas como la madera o ciertos metales. El plástico es un material hecho para durar muchas vidas de humanos, ¿por qué no lo aprovechamos bien? En el cielo de la sostenibilidad, en vez de hacer utensilios de un solo uso, estos plásticos se llevarían a las muchísimas recicladoras/reutilizadoras de plásticos donde les darían otra vida duradera.

Por supuesto, toda esta utopía requeriría de energía. Y por suerte, ya es una realidad que la energía procedente de fuentes renovables está presente y quedará. Pero, por darle una vuelta de tuerca más: ¿qué os parecería si estas tecnologías sirvieran para generar comunidad y depender menos de los grandes oligopolios del sector?  O, por ejemplo, ¿que sirvieran para sobrellevar mejor las grandes catástrofes naturales? O, también, ¿qué todo el mundo tuviera acceso a la electricidad?

Quedan muchos otros sueños en el tintero, pero por hoy creo que hemos tenido una buena dosis de esperanza. A estas alturas del artículo quizás es absurdo decirlo, pero no quiero que quede espacio a la duda: espero que hayan notado la ironía cuando hablamos de “imaginar”. A veces, lo primero que hay que hacer para crear algo, es imaginárselo. Pero en este caso, ya no se trata de imaginar, si no de creer en lo que ya hay e impulsarlo. Este cielo que hemos pintado en este artículo no es una utopía sino el fruto de recoger #EstilosDeVidaSostenibles o iniciativas ya creadas y que salen casi a diario en las noticias.

Así que, para creyentes (mensajeros) y negacionistas (opositores) de la sostenibilidad: no os olvidéis de recordar también lo bueno que está por pasar. Si queremos superar la peor campaña de comunicación de nuestra historia, aprendamos a dar la de cal y la de arena: el cambio de la sociedad no es solo para evitar un desastre (que hay que evitarlo), si no para también ganar.

Darío Montes

Fotografía: Anastasia Pavlova en Pexels

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