Mi viejo coche se ha convertido en un enemigo público

17/01/2020

Tiempo de lectura: 4 minutos

Categorías: Movilidad, Transporte privado-Etiquetas: -

El cerco se estrecha. Desde hace dos semanas, los coches sin derecho a distintivo ambiental de la DGT (los diésel matriculados antes de 2006 y los de gasolina que lo fueron antes de 2000) no pueden aparcar o circular por extensas áreas de las ciudades de Madrid y Barcelona. Estos coches son aproximadamente el 20% de todos los coches en circulación, es decir más de cuatro millones de vehículos en toda España.

En años sucesivos, estos coches sin distintivo verán recortada cada vez más su libertad de movimientos hasta que, hacia 2025, prácticamente tendrán que quedarse aparcados for ever. Son millones de personas que verán seriamente afectado su derecho legal a moverse sin restricciones.

Los coches con distintivo B (amarillo) serán los siguientes, y los C (verde) vendrán a continuación. Es probable que, a la altura de 2030, los únicos coches que puedan moverse a su antojo por las calles y plazas de la ciudad sean los eléctricos.

Pues habrá que comprarse un eléctrico, dirán algunos. Aquí empieza la dificultad. Según una lista publicada hace poco, los tres eléctricos más baratos (Volkswagen e-Up, Škoda Citigo-e y SEAT Mii electric) cuestan entre 21.000 y 22.000 euros y tienen una autonomía de 260 km. Para conseguir un eléctrico con autonomía de 500 km hay que desembolsar 70.000 euros o más.

Tres de los coches más baratos (Fiat Panda, Dacia Sandero y Skoda Citigo) se pueden conseguir, nuevos, por apenas 7.000 euros, tres veces menos que la versión eléctrica. Con una autonomía de 900 km o más, que costaría en un coche eléctrico 100.000 euros como mínimo (en realidad, ningún eléctrico a la venta llega a esta cifra de kilómetros sin repostar).

Resumiendo, las ciudades, la UE y los gobiernos en general están presionando en contra del coche de combustión interna. Por ejemplo, el Pacto Verde de la UE implicará el fin de la subvención a los combustibles fósiles en la automoción, lo que en la práctica supondrá su penalización. En Francia, el intento de implantar un impuesto sobre el carbono que gravará el diésel fue la chispa que encendió el movimiento de los chalecos amarillos. Esta presión gubernamental desemboca en la necesidad de comprar un coche que ahora mismo es demasiado caro y no tiene las prestaciones que necesita la mayoría de los usuarios.

El coche, antaño un artículo de primera necesidad al alcance de casi todo el mundo, se está convirtiendo (en su versión eco-eléctrica) en un artículo de lujo al alcance solamente de los ricos. En España, los indicadores de exclusión social apenas conceden importancia a la falta de vehículo, frente a la de no poder calentar la casa en invierno, comer carne al menos tres veces a la semana o irse de vacaciones. Eso parece que va a cambiar. Muchas personas están atrapadas con un vehículo que necesitan para hacer su vida y que no van a poder usar, ni cambiar por otro.

Durante décadas, se implantó la cultura del coche como necesidad básica, a la misma altura que el agua caliente o el frigorífico. Ahora se vislumbra el fenómeno que podríamos llamar de la penuria de movilidad, personas y familias que no pueden pagarse un transporte adecuado a sus necesidades. Por ejemplo, se ven forzados a utilizar para sus desplazamientos cotidianos un transporte público penalizado, incómodo, lento y de escasa frecuencia, de manera que cada trayecto domicilio-obligaciones cotidianas puede durar varias horas. En casos que se podrían llamar de pobreza kilométrica, no hay ninguna alternativa disponible de transporte público.

¿Hay salida a este callejón sin salida? No podemos usar nuestro viejo diésel, pero no podemos comprar su sustituto eco y bendecido por las autoridades ambientales. Parece que hay que poner en marcha un plan para la transición justa de la movilidad. Conjugando el derecho de los urbanitas a respirar aire puro con el de los conductores a moverse en su coche.

Pueden verse varios tipos de soluciones, por ejemplo:

Sumar los coches eléctricos chinos compactos y baratos a la fiscalidad noruega, lo que permitiría reducir drásticamente los precios y convertir al coche eléctrico en coche accesible para la mayoría.

Responsabilizar a las empresas del transporte de sus empleados, a ser posible mediante rutas de empresa, cómodas, rápidas y seguras.

Coches eléctricos compartidos y autónomos en redes multiplicadas sobre las que ya existen, que los conviertan en alternativa de movilidad no solamente en el centro de las grandes ciudades.

Otro día hablamos de presentes y futuras fuentes de irritación ecológica: la prohibición de bolsas de plástico… o de los viajes en avión.

 Jesús Alonso Millán

Fotografía: Adam Griffith en Unsplash.

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