¿Qué comen los animales que comemos?

20/12/2018

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Categorías: Alimentación, Salud-Etiquetas: -

Pues plástico, en dosis mezcladas con unos pellets de residuos sólidos urbanos que son uno de sus alimentos principales. O al menos así ocurre en Reino Unido, donde un reciente artículo de The Guardian ha desvelado una práctica común y completamente legal de la ganadería británica: alimentar a los animales con residuos procesados de alimentos. La ley permite un contenido de hasta un 0,15% de plástico en los alimentos destinados al ganado. En realidad es una práctica que se puede ver como de economía circular: el alimento que tiramos o no consumimos vuelve a entrar en circulación a través del pienso de los animales, y de ahí a nuestro plato otra vez.

Parece ser que las máquinas que procesan los desperdicios no son lo bastante finas como para eliminar todo el plástico de los envoltorios de las galletas y otros paquetes de comida. El resultado es que los cerdos (en el caso que salió a la luz) comen bastante cantidad de plástico machacado, parte del cual está desecho en micropartículas. Ahí empieza el problema, porque el plástico desintegrado puede contener y transmitir al cuerpo en el que introduce toda clase de compuestos peligrosos. El caso más famoso es el bisfenol A, pero realmente no sabemos gran cosa del efecto a largo plazo de ingerir, por vía directa o comiendo animales que han comido plástico, la complejas moléculas del plástico dopado con aditivos para hacerlo más flexible, o resistente o brillante.

La ley (1) establece que “Los piensos solamente podrán comercializarse y utilizarse si: a) son seguros; b) no tienen ningún efecto adverso directo en el medio ambiente ni en el bienestar de los animales». Si acudimos a la lista oficial de alimentos permitidos para los animales nos encontramos cosas como estas:

Subproductos animales, frescos, congelados, cocidos, tratados con ácido o secos; grasa animal extraída mediante disolventes, puede contener hasta un 0,1 % de hexano (el hexano es un neurotóxico); reciclado de residuos de cocina, incluido el aceite de cocina usado, procedentes de restaurantes, servicios de comidas y cocinas, incluyendo las domésticas; harina de plumas, antiguos alimentos que contengan productos de origen animal, ceniza de huesos, residuos minerales de la incineración, combustión o gasificación de subproductos animales, levaduras de la fabricación de biodiésel, aceites ácidos resultantes del refinado químico, etc.

Una categoría a medio camino entre los alimentos y los medicamentos son los piensos medicamentosos, que se administran en grandes cantidades a los animales para favorecer su engorde, incluyendo antibióticos. La alarma causada por el excesivo uso de antibióticos en la ganadería está llevando a endurecer los controles que regulan su uso. El temor es a que la resistencia a los antibióticos (unas 2.500 muertes al año en España) se traslade de la ganadería a los consumidores humanos de carne.

Si los animales comen residuos sólidos urbanos, ceniza de huesos o plumas machacadas, se explican los bajos precios de algunos productos cárnicos en los supermercados. Si además la carne se mezcla con otros productos aún más baratos y muchos aditivos, tenemos récords como el fiambre de pavo a dos euros el kilo. Las llamadas macrogranjas reúnen miles de animales en condiciones de hacinamiento, alimentados con toda clase de productos, desde inocentes piensos a base de cereales a mezclas que desafían a la experiencia humana (y animal) de lo que es comida. La consigna de bajar el precio de cada kilo de carne producido como sea produce una ganadería enferma y contaminadora, cuyos productos no contribuyen como deberían a nuestra buena salud.

¿Qué podemos hacer? Una opción cada vez más fuerte, y no es de extrañar, es el veganismo o el vegetarianismo. Y, si nos gusta la carne, deberíamos reducir su consumo y comprarla de calidad. Por un lado, usar la carne como acompañamiento más que como base de los platos (salvo en las fiestas señaladas, claro) y por otro comprar carne procedente de animales de los que sepamos algunas cosas:

  • Que no han sido alimentados con harinas animales
  • Que no comen “piensos medicamentosos”
  •  Que no pasan toda su vida en el interior de una nave industrial, muchas veces amarrados, sino que puede triscar al aire libre.
  • Que son bien tratados, sin ser objeto de mutilaciones o tratos crueles, por ejemplo en el transporte.

En resumen, que son tratados con el respeto que merecen, como es propio de todas las culturas que crían, matan y comen animales.

Ahora mismo, aparte de un carnicero de mucha confianza, la mejor manera de conseguir carne de ese tipo es comprobando que tiene una etiqueta de ganadería ecológica. Con todos sus fallos y problemas (por ejemplo, permite el uso de antibióticos en ciertos casos), es mucho mejor que la carne procedente de la ganadería masiva.

(1) El apartado 1 del artículo 4 del Reglamento 767/2009 del Parlamento Europeo y del Consejo de 13 de julio de 2009.

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