Los coches no son patatas

01/10/2019

Tiempo de lectura: 4 minutos

Fotografía: Rishi Deep en Unsplash 

La industria del automóvil europea comienza a atravesar un desierto, el de los beneficios. Los inversores están preocupados, por decirlo con suavidad. Las normas europeas anticontaminación presionan de manera implacable, y todos los esfuerzos que ha hecho la industria durante las últimas décadas en Bruselas para convencer a los legisladores no han hecho más que retrasar lo inevitable. El límite de la media de emisión de CO2 de los coches se reduce paulatinamente, y toda superación provocará multas enormes, incluso para el gran tamaño de las empresas automovilísticas.

La industria no sabe muy bien qué hacer. Quiere seguir vendiendo SUV diésel, que son los que dan más beneficios, pero estos grandes coches emiten CO2 a manta. Una posible salida sería vender coches eléctricos, aunque sea a pérdida (cosa que la industria niega que vaya a hacer). Pero habría que vender muchos eléctricos para que la media de emisión del consumo de coches vendidos por una marca caiga por debajo del límite legal (90 gramos de CO2 por kilómetro actualmente).

Cualquiera podría pensar que la industria aprovecharía la oportunidad para lanzarse a la piscina del coche eléctrico y abandonar para siempre el coche de combustión. Pues no es así, ni de lejos. La industria sigue insistiendo en el concepto de “neutralidad tecnológica”, es decir, que todas las tecnologías son necesarias y válidas para el camino hacia la sostenibilidad de la industria, aparentemente incluso la tecnología de la máquina de vapor alimentada con carbón. Esto es una manera de decir que la industria no está dispuesta de ninguna manera a dejar de vender vehículos diésel, y que incluso piensan que estos coches, a ser posible grandes, seguirán siendo su principal venta y fuente de ingresos hasta por lo menos 2040, luego ya se verá.

Lo que no se entiende muy bien es que el cuarto de billón de euros que supuestamente gasta la industria cada año en investigación de nuevas tecnologías, supuestamente menos contaminantes, se traduzca en resultados tan escasos, simplemente reducciones de emisión de óxidos de nitrógeno y partículas de los coches, obtenidas a demás a base de parches como los filtros y la inyección de aditivos como AdBlue. Esa montaña de dinero parece que no va orientada a la creación de un vehículo radicalmente nuevo, sino a estirar cada vez más la cuerda de la reducción de contaminantes en los coches diésel y en los de gasolina.

Hay otro elemento importante en el problema: los consumidores, las personas que compran los coches. Los fabricantes ven con desconsuelo que las ventas se pueden derrumbar por cualquier motivo (por ejemplo las palabras de la ministra diciendo que los días de los diésel estaban contados), puesto que los coches no son como las patatas, artículos de primera necesidad perecederos, sino máquinas con una vida útil que se puede prolongar bastante. Muchos potenciales compradores de coches simplemente prefieren esperar, no se comprarán uno nuevo a menos que no haya más remedio. Pueden aguantar con su coche viejo, incluso cambiar de hábitos de transporte si pueden hacerlo –derivando a coches compartidos, de alquiler o incluso al transporte público. Hay que tener en cuenta que el coche tiene un uso muy limitado, más del 90% del tiempo permanece aparcado. Puede ser fácil sustituirlo en ese reducido tiempo de uso.

La consecuencia de la lentitud dinosáurica de la industria del automóvil, que se aferra al diésel y es incapaz de fabricar coches eléctricos buenos y baratos, es que los consumidores se están hartando progresivamente. Comprar un coche es cada vez más un sinvivir: ¿podré usarlo para entrar en la ciudad?, ¿lo prohibirán sin más a partir de tal fecha? El resultado esperable es que cada vez más gente no considere ya, ni deseable ni lógica, la idea de comprarse un coche. Nadie piensa lo mismo del teléfono móvil, a pesar de las letanías sobre su papel deshumanizador y embrutecedor. Todo el mundo piensa que el smartphone es un artículo de primera necesidad, como las patatas. Pero con el coche en propiedad no ocurre lo mismo, se está viendo cada vez más como un gran engorro, un regalo envenenado que incluye muchas incomodidades, desde la ITV al aparcamiento, pasando por las multas o el taller de reparaciones. La industria del automóvil lo sabe y está tocando muchas teclas, por ejemplo vender servicios de movilidad más que vehículos. Pero parece que no hay un plan detrás, la confusión reina en el asunto del automóvil… y el humo sigue saliendo de los tubos de escape y entrando en nuestros pulmones.

Jesús Alonso Millán

 

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