De los aviones a los coches

31/05/2017

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Una reciente información sobre la evolución de sus ventas en Estonia nos muestra que el coche eléctrico todavía es una planta de invernadero, que se seca en cuanto le quitas la atmósfera protectora de la subvención. La razón es triple: el precio es demasiado alto (más de 30.000 euros), la autonomía corta y la recarga dispersa. Estamos en pleno atolladero de esta prometedora tecnología. Los fabricantes europeos no tienen ningún entusiasmo por el coche eléctrico, y aducen que su elevado precio (el principal freno a su popularización) es necesario al tratarse de una tecnología incipiente de poca venta.

La red densa de puntos de recarga  (públicos y privados) no termina de arrancar, lo cual es lógico si se tiene en cuenta que el parque de vehículos al que tiene que servir no llega al 0,5% del total, en España, y no es mucho mayor en el resto de la UE. La autonomía de 500 km. lleva décadas siendo prometida para el año que viene, pero no termina de llegar. En este caso se sabe que cuando se trabaja activamente en este campo se pueden conseguir coches capaces de recorrer 600 km. con una carga de batería (Tesla lo ha hecho), pero parece que la poderosa industria europea del automóvil prefiere seguir gastando decenas de miles de millones de euros en exprimir todavía más las prestaciones del motor diésel a ponerse en serio a fabricar el equivalente del Ford Modelo T en eléctrico. Este coche que no existe todavía tendría cinco plazas y un amplio maletero, 500 km de autonomía, costaría 10.000 euros y tendría a su disposición una red de recarga pública de “electrolineras” a razón de una cada veinte kilómetros.

La industria europea del coche se tendría que organizar para producir semejante máquina en un plazo breve, uno o dos años. Hay un precedente, el consorcio Airbus. Surgido a finales de la década de 1960 para competir con la potente industria aeronáutica norteamericana, fue capaz de producir modelos como el A320, uno de los aviones de pasajeros más populares del mundo. Para ello tuvieron que unirse antiguas empresas francesas, alemanas, británicas, españolas, italianas, holandesas y belgas. Sí se pudo hacer para fabricar aviones, que son los vehículos más complejos que podemos imaginar, ¿no se podría hacer para fabricar coches?

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